Aquel septiembre se presentó esperanzador: Joaquín Eléjar Tous, profesor también de la ESAD, Y guía cultural y espiritual de un grupo enclavado en Ciudad Jardín, todos jóvenes, y con la fuerza que da una causa noble, se matricularon en la escuela. Eran aproximadamente veinte, así que se incrementó el número de matrículas… acompañadas del entusiasmo.
Hasta junio todo fue normal, muchas clases recibidas en aquel curso. Éramos profesores, compañeros y amigos de aquella ““muchachada”; e impartíamos conocimiento, a la vez que recibíamos frenesí y ardor de juventud, éramos iguales, ejemplo: el contemplar a aquellas chicas tan jóvenes y bellas, y viceversa.
Nuestros uniformes eran mallas negras, que ceñían nuestro cuerpo y se bañaban en sudor durante la expresión corporal… «¡Caña!» Decía Paco Díaz (acérrimo todavía de los avatares en aquel tiempo pasado)… y a la vez tan cercano para todos. Cachito Noguera, esa chica que parecía de chicle elástico y con aquella sonrisa que llenaba todo de rosas cuando abría la boca. Eran muchos, y encantadores, ya los iré mencionando.
Terminó el curso, y ya, para entonces Luis Jaime, profesor de Expresión Corporal, había decidido la obra idónea para todos nosotros: EL RETABLO DEL FLAUTISTA. Fue entonces cuando Leovigildo (Leo Vilar) pidió que nos dejaran ensayar dentro del Conservatorio (lugar, entonces donde tenía lugar la Esad) Y allí entonces empezó “la fiebre” de cinco horas diarias en pleno verano, y en total movimiento físico cargados de adrenalina positiva.
«No os aprendáis la letra», decía Luis Jaime, «aprended antes el movimiento, pero amplio, que desarrollarán vuestros personajes». Yo, perplejo… pero también disfrutando de aquellos saltos de butaca en butaca, por aquella sala de teatro. Si alguien nos hubiera visto… el terror se habría apoderado de él. ÉRAMOS PIRATAS … CON MALLAS EMPAPADAS DE SANO SUDOR.
Pedro Fernán es Catedrático de la Escuela de Arte Dramático de Málaga